Por: Marcela Cómbita Arias

 

La economía política de la comunicación estudia las relaciones sociales frente a las relaciones de poder a través de la producción, distribución, circulación y consumo, en América latina se centra en el acceso y democratización de políticas públicas y la crítica a los dispositivos de control o de hegemonía que han marcado las industrias culturales, las relaciones y mediaciones que surgen entre la comunicación y la cultura, los diálogos existentes entre sí y las rupturas que se dan a partir de la hegemonía. Desde la teoría crítica de Frankfurt la industria cultural o la ideología de masas, los productos culturales han sido vistos como un lugar estratégico cuyo envoltorio es el entretenimiento, transmitiendo una ideología dominante a través de los medios de comunicación con el fin de lograr un mayor control social.

 

Para Vincent Mosco una definición ambiciosa de economía política es el estudio del control y la supervivencia en la vida social, entendiendo los procesos de control como políticos y los procesos de supervivencia como económicos; es decir el control se ejerce en la organización y las relaciones que surgen entre comunidades, la supervivencia hace referencia a mantenerse a pesar de las condiciones y producir lo necesario, sin embargo en estas dinámicas existen luchas y resistencias por parte de los pueblos, desde Marx hasta la actualidad.

 

La doctrina marxista llama “conciencia de clase” a la capacidad de los individuos y las masas de tener conciencia de a qué clase social pertenecen, para así actuar en consonancia con las necesidades de su estamento social y no jugar el juego de las clases dominantes. La alienación es lo contrario a la conciencia de clase: la imposibilidad de percibir la explotación capitalista a la cual se somete a los trabajadores. La sociedad industrial capitalista es la más reciente de una sucesión de sistemas económicos y sociales en los que ha existido siempre una tensión entre pobres y ricos, donde se ejerce control de las sociedades más ricas sobre las más pobres a través de la industria.

 

Los filósofos de la Escuela de Frankfurt, utilizaron el vocablo seudocultura para definir aquellos productos culturales convertidos en mercancía y sometidos a las leyes del mercado, que sólo pueden ser sustituidos a través de una cultura que sea reflejo de unas relaciones de producción realmente regeneradoras de los valores humanos y no una sustituta por lo aparencial, lo que realmente hay dentro de la esencia cultural frente a lo que se muestra de ella. En relación con lo esencial–aparencial vale la pena destacar la importancia de las matrices culturales de identidad como muestra de resistencia frente a productos culturales como un espectáculo banal y aparencial.

 

El capitalismo neoliberal se muestra como un proyecto de sociedad viable, pero en realidad desvaloriza otras opciones de vida que no contribuyen a su reproducción como sistema social. Manuel Castells destaca tres formas de construcción de identidad que tienen lugar en un contexto marcado por unas relaciones de poder:

 

  • Identidad legitimadora: introducida por las instituciones dominantes de la sociedad para extender y racionalizar su dominación frente a los actores sociales.

  • Identidad de resistencia: generada por aquellos actores en posiciones- condiciones devaluadas o estigmatizadas por la lógica de la dominación, por lo cual construyen trincheras de resistencia y supervivencia, sobre la base de principios diferentes u opuestos a los que impregnan las instituciones de la sociedad.

  • Identidad proyecto: cuando los actores sociales, sobre la base de los materiales culturales de que disponen, construyen una nueva identidad que redefine su posición en la sociedad y, al hacerlo, buscan la transformación de toda la estructura social.

 

En ese marco la economía política de la comunicación busca comprender el cambio social y las transformaciones, desde la relación entre los medios, los sistemas de comunicación, la estructura social y los gobiernos. La identidad cultural simbólica, armada sobre los rituales y formas de sensibilidad se hacen actualmente visibles como formas de opresión, exclusión y discriminación social, frente a un mundo globalizado por las mismas relaciones de poder donde se ha mercantilizado la cultura y está sujeta a las leyes de la oferta y la demanda, es decir, a las fuerzas del mercado.

 

Bajo esos criterios mercantilistas el diálogo entre la estructura social y el gobierno genera tensiones a causa de las políticas culturales que benefician a unos pocos. Para el caso de Colombia y con la llegada de la ley naranja que busca la formalización de las actividades culturales lo que significa “mercantilizar” sus actividades y dejar al arte y la cultura reducidos a la lógica del provecho económico, ha puesto un panorama lleno de dudas frente a una ley que no vela por el ecosistema cultural, una ley que debería promover la construcción de espacios sostenibles y la consolidación de mecanismos financieros que permitan el crecimiento de los pequeños actores de este sector, al contrario esta ley beneficia a grandes productores y empresarios, dejando en un panorama de precariedad a los pequeños empresarios, y esto tiene que ver con el oligopolio dominante en nuestro país, pues desde allí se definen los parámetros políticos de esta ley, sin tener en cuenta a quienes tienen otra participación dentro del sector; como líderes culturales, gestores, emprendedores, poblaciones y etnias que representan aspectos culturales y espirituales de la sociedad, que solo tienen como arma de supervivencia, su identidad y allí es evidente que la globalización se impone y pasa por encima de los bienes culturales esenciales y se atribuye lo aparencial, en este sentido la cultura se vincula  más en el ámbito de la empresa industrial que al contexto sociocultural, siendo segmentado y estratificado por estos procesos, generando desigualdades en el consumo y distribución.

 

Las políticas públicas culturales requieren la atención de las ciencias sociales, en la medida en que sus efectos recaen directamente en la comunidad en general, ya se trate de productores profesionales, asociaciones voluntarias o agencias públicas y privadas. En este sentido, dichas políticas deben surgir como producto de la negociación entre los diferentes actores y no como una imposición pensada desde las altas instancias estatales, de allí su función mediadora entre el Estado y la sociedad civil.

 

Por otro lado, es importante contar con la agremiación de algunos sectores, pues es amplio el espectro dentro de las industrias creativas y culturales, y sólo unos pocos son fuertes como el sector editorial, o el de creación publicitaria, también los gremios organizados de los videojuegos, otros están más desagregados como el de la música, el del diseño gráfico visto como proceso creativo y no como proceso de impresión publicomercial, producción de empaques y etiquetas, producción editorial, impresión de prensa diaria y revistas. Entre más integrado esté el sector, mejores interlocutores tendría la política pública.

 

Con la llegada del coronavirus y como muchos sectores afectados, las industrias creativas y culturales han tenido pérdidas significativas, a causa de la congelación de proyectos, la falta de apoyo a los artistas, creadores, gestores y a un gran número de freelancers que lidian con la incertidumbre de la llegada de un proyecto y el estar desligados de beneficios sociales, o a un sistema de salud, pensión y bienestar. En relación con esto es evidente la falta de incentivos tributarios, subsidios y exenciones tributarias a los procesos de producción que fomentan las expresiones culturales, estimular equitativamente la producción, gestión y creación cultural colectiva e individual, democratizar el acceso, no sólo de los bienes y servicios culturales existentes, sino también de las posibilidades de creación cultural y artística para toda la población colombiana.

 

Es necesario repensar la economía política bajo algunos principios que permitan revitalizarla, donde se articulen las condiciones y circunstancias  que propicien  la apreciación,  valoración  y comprensión  de los diferentes modos de expresión de las realidades locales y nacionales, de tal manera que sea posible formular políticas coherentes con los procesos sociales y económicos que vive actualmente el país.

 

 

Referencias:

 

  • Sánchez Diego. Historia de la filosofía, historia de las ideas, historia de las mentalidades. Revista Anales del seminario de Historia de la filosofía N° extra 1 1996
  • Hobsbawm Eric. Cómo cambiar el mundo. Marx y el marxismo. Editorial crítica, Barcelona, 2011.
  • Mosco Vincent. La Economía Política de la Comunicación: una actualización diez años después. Cuadernos de Información y comunicación, 2006.
  • Martín Barbero,  La Industria  cultural, Capítulo  3 de “Los medios a las Mediaciones”, Gustavo Gili, México, 1986.
  • Manuel Castell: El poder de la identidad, Siglo XXI Editores, México, 1999.
  • Foto de portada: Tim Mossholder  on Unsplash

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Marcela Cómbita Arias

Candidata a Magíster en Comunicación, Desarrollo y Cambio Social, Diseñadora Gráfica y Realizadora Audiovisual. Con experiencia en la gestión de proyectos creativos, a través de metodologías de diseño y comunicación que generen impacto social, humano, integral y sostenible.

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